La buena invasión: Esperanza en tiempos de temor 12/05/2022 – Publicado en: PORTAFOLIO

La resurrección no es un truco de magia increíble, sino una invasión. Y el suceso que nos salva —el paso de la cruz a la resurrección— renueva las vidas de los cristianos desde el interior por el poder del Espíritu.
La cruz y la resurrección juntas —y solo juntas— traen la nueva creación futura, el poder omnipotente por el que Dios renueva y sana al mundo entero, a nuestro presente. Cuando Cristo pagó el castigo del pecado en la cruz, el velo del templo se rompió de arriba abajo (Mateo 27:51). El velo representaba la separación de la humanidad de la presencia santa de Dios. Esa presencia había creado en el principio la tierra como un paraíso y ahora, gracias a la muerte de Cristo, viene a nosotros. El Cristo resucitado nos envía al Espíritu Santo y tanto Cristo como el Espíritu son las “primicias” (Romanos 8:23; 1 Corintios 15:20-23), la “garantía” (Efesios 1:13-14; 2 Corintios 1:22, 23, 5:5), el primer pago, la entrada del triunfo futuro sobre la muerte y de un mundo material nuevo y renovado. Este poder renovador del futuro es solo parcial, pero es real e importante y ha entrado en el mundo actual.
La “incomparable grandeza del poder” con el que Dios resucitó a Jesús de entre los muertos está ahora en nosotros (Romanos 8:23; Efesios 1:19-20). Por tanto, hemos de vivir a la “luz” de la futura “nueva creación” (Romanos 13:11-13; Gálatas 6:15; cp. 1 Corintios 6:1-2). Es decir, debemos participar en esa resurrección futura en la manera en la que vivimos ahora.
Si Jesús resucitó de entre los muertos, lo cambia todo: cómo nos comportamos en nuestras relaciones, nuestras actitudes frente a la riqueza y al poder, cómo trabajamos en nuestros puestos laborales, cómo comprendemos y practicamos la sexualidad, las relaciones raciales y la justicia.
Asimismo, la cruz y la resurrección juntas —y solo juntas— nos dan la forma básica o patrón por el que los cristianos “viven a la luz de la nueva creación”. La cruz y la resurrección son el gran revés. Cristo nos salva a través de la debilidad, cediendo su poder y sucumbiendo a una aparente derrota. Pero triunfa no a pesar de nuestra debilidad y pérdida de poder, sino por ella y a través de ella. El gran revés se convierte en una “dinámica” que nos “da entrada a un ritmo de vida, una ética y una manera de observar y vivir en el mundo” y cada aspecto de la vida. Al poner en práctica este principio, la muerte y la resurrección, estamos renovando la vida humana aquí, solo de manera parcial, pero notable. La presencia de “ya, pero no todavía” de la nueva creación evita tanto la ingenuidad y el cinismo, así como la utopía y el derrotismo.
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