La práctica de la meditación cristiana 03/11/2022 – Publicado en: PORTAFOLIO
La meditación es un ejercicio tan hondamente bíblico que impregna las páginas de las Escrituras desde su inicio. “Meditarás en él (libro de la ley) de día y de noche” le mandó Dios a Josué (Jos. 1:8). “Bienaventurado el varón cuya delicia está en la ley del Señor, y en ella medita de día y de noche” escribió el salmista en el primer Salmo. El número de citas bíblicas que exhortan a la meditación es muy significativo. No parece una opción voluntaria para el creyente, sino más bien una obligación. En la meditación y la oración el creyente recibe el hálito vital de Dios, la savia de Cristo.
El hombre necesita hoy más que nunca, en medio de la aridez de tanta tecnología, relaciones personales profundas con su prójimo, pero también anhela trascendencia, la relación con el Tú superior.
Las siguientes sugerencias no pretenden ser más que el resumen de la propia experiencia de Pablo Martínez en su vida devocional.
Deja que la Palabra de Dios te hable.
Este es el fundamento de la meditación cristiana: “Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino” (Sal. 119:105). Lee el pasaje hasta que una frase o idea te hable personalmente. En un momento dado de la lectura habrá un “clic”, como si se encendiera una luz, y te hablará a tu situación o necesidad personal. Si es posible, no dejes el texto hasta que aparezca esta dimensión personal.
Deja que la Palabra de Dios te penetre.
A la frase o versículo que te ha hablado personalmente lo llamaremos “pensamiento del día”. A lo largo de la jornada, intenta recordarlo, quizás memorizarlo, reflexiona en su significado, sus implicaciones para tu vida, haz un ejercicio de “rumiar” esta comida espiritual para digerirla bien. Así permitirás que “la palabra de Cristo more en abundancia en ti…” (Col. 3:16).
Deja que la Palabra de Dios te moldee.
No es suficiente con “rumiar” el pensamiento del día, hay que aplicarlo a la vida diaria. Es necesario integrar la fe a la realidad cotidiana en todas las esferas. Pregúntate: ¿Hay algún pecado que debo evitar o confesar? ¿Algún ejemplo a seguir? ¿Alguna promesa a la que asirme? ¿He de cambiar algún aspecto de mi forma de ser, pensar o vivir? “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu…” (Heb. 4:12).
Deja que el Dios de la Palabra te encuentre.
Esta es la meta última de la meditación y de la oración: “Una cosa he demandado al Señor, ésta buscaré; que esté yo en la casa del Señor todos los días de mi vida para contemplar su hermosura y para inquirir en su templo” (Sal. 27:4). ¿Qué puedo aprender de Dios el Padre, de sus atributos, de su carácter? ¿Qué me dice sobre el Espíritu Santo, su poder, su acción en mí? Y sobre todas las cosas, “fija tus ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, a fin de que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar” (Heb. 12:2-3).
Este es un fragmento del Básico ¿Todas las meditaciones son iguales? escrito por Ester Martínez, Eduardo Bracier, Pablo Martínez y Esteban Rodemann.