«Quiero destacar las extrañas y maravillosas oportunidades que puede proporcionarnos morir bien» 07/07/2022 – Publicado en: PORTAFOLIO


Pensar y hablar sobre la muerte nunca es fácil, sobre todo cuando se trata de nuestra propia mortalidad. Lo cierto es que hay muchas personas que no están preparadas para morir y que no quieren pensar en el tema. Sin embargo, he llegado a la conclusión de que es un asunto desesperadamente importante para todos nosotros.

A la mayoría de personas, si les preguntamos cómo les gustaría morir, dirán: “Quiero morir en mi cama mientras duermo. No quiero avisos, premoniciones, consciencia de ello. Simplemente, quiero irme de repente, como se apaga una luz”. Sin embargo, lo curioso del caso es que, si retrocediéramos cuatrocientos años y formulásemos a las personas esta misma pregunta, por lo general estarían de acuerdo en que la muerte repentina, inesperada, es la peor forma de morir. Ser catapultados a la eternidad sin tener la posibilidad de prepararnos, sin ocasión de despedirnos, de pedir perdón o de asegurarnos de que a nuestros seres queridos no les faltará nada, sin poder prepararnos para reunirnos con nuestro Hacedor… ¡qué manera tan terrible de morir!

Entonces, ¿cómo es que ha cambiado tan radicalmente la actitud ante la muerte y qué podemos aprender del modo en que los cristianos de generaciones anteriores se enfrentaron a sus propias muertes?

He escrito este libro para las personas que desean empezar a pensar en cómo acabará su vida en este mundo y qué podría suponer eso. A lo mejor, has recibido el diagnóstico de lo que los médicos llaman “una enfermedad terminal”. O puede que, sencillamente, admites que te estás haciendo mayor y quieres asegurarte de estar preparado para lo que pueda venir más adelante.

Quizá seas un familiar, un amigo o un cuidador de alguien que se aproxima al final de su vida, y te preocupa saber cómo apoyarle y qué puede traer el futuro.

Independientemente de cuál sea tu situación, entiendo que pensar en estos temas puede ponerte nervioso. Pero, con el paso de los años, a medida que he tenido el privilegio de hablar de la muerte y del proceso que lleva a ella con muchas personas, he descubierto que los temores más intensos y generalizados de todos son el miedo a lo desconocido y a aquello de lo que no se habla. Cuando afrontamos estas cuestiones juntos, honesta y abiertamente, vemos que muchos de nuestros temores más tenebrosos han perdido el contacto con la realidad. Los terribles espantos de la noche se pueden afrontar mucho más fácilmente a la luz brillante del día. El apóstol Juan nos enseña que debemos “andar en la luz” (1 Jn. 1:7, RV60), y una de las maneras de hacerlo es compartir nuestros temores y ansiedades más profundos con aquellos que nos aman y en quienes podemos confiar.

Es posible que hayas visto a un ser querido, quizá un progenitor o un cónyuge, luchando con una enfermedad terminal o con la demencia, y te hayas preguntado si la muerte no sería preferible a esa supervivencia prolongada. Mi objetivo es examinar honestamente los retos y las pruebas que pueden presentarse al final de la vida.

Pero también quiero destacar las extrañas y maravillosas oportunidades que puede proporcionarnos morir bien. Crecimiento interno, sanación de relaciones, gratitud, risa, experiencia de perdón, cumplimiento de sueños: la muerte no es solo pérdida, y no todo tiene que ser sombra y angustia.

¿Qué significa morir bien en un mundo repleto de tecnología médica y de decisiones que pueden tomar los pacientes? ¿Por qué hay tantas personas que acaban sus días en un hospital, rodeadas de maquinaria impersonal y de profesionales anónimos? ¿Cuáles son los retos y las oportunidades que nos saldrán al paso cuando lleguemos al final de nuestras vidas, y qué podemos aprender de los incontables cristianos que nos han precedido?

Fragmento extraído de la introducción de Morir bien: Fieles hasta la muerte, John Wyatt