Ante la presencia de la enfermedad, incluso frente a la amenaza de la muerte, resulta curioso cómo las cosas pequeñas de la vida, aparentemente sin trascendencia, adquieren un perfil más nítido y una importancia mayor. En estos tiempos de confinamiento hemos anhelado poder disfrutar del jardín de nuestra casa en Asturias, recoger las nueces que caen del nogal, admirar las plantas y arbustos en su época de floración, escuchar el murmullo del río en su paso por el puente, seguir los movimientos del mirlo y el zorzal, escuchar del canto del petirrojo y el ruiseñor, y observar al martín pescador, cosas que dan lustro a la vida y son un don de Dios.
Este libro es de Camino Viejo.
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