«Yo amo en la verdad -escribía el apóstol Juan-; y no solo yo, sino también todos los que han conocido la verdad».
Amor y verdad no deberían separarse en la experiencia cristiana. Por desgracia, somos dados a los radicalismos más extremos.
Corremos el peligro de que, al enfatizar la verdad, perdamos de vista el amor y caigamos en una ortodoxia fría, fiel pero insensible, olvidada del gran principio de Pablo: «la fe obra por el amor». En la otra orilla extrema se pone el acento en la tolerancia y la misericordia, pero al precio de perder todo respeto por la verdad revelada. No nos sorprende que haya llegado el momento en que amor sea sinónimo de sincretismo y relativismo, y verdad un término convertible en fanatismo o intolerancia.
Pero esta dicotomía, que hace diferencia entre la verdad y el amor, se halla ausente de toda la Biblia.
En la Escritura, la verdad y el amor no solo van juntos, sino que se complementan ineludiblemente.